Durante las últimas semanas, mi día a día me ha llevado a tener contacto con el Reino Unido y, como sabéis, esto es sinónimo de Brexit. Hace mucho que hablamos del Brexit y del posible impacto que esto tendría en la economía. Precisamente por eso se ha retrasado su implementación hasta ese año. Qué follón que tenemos organizado, allí arriba.
Aquí tenéis un ejemplo. La edad no perdona y tras una ligera miopía histórica ahora ya llegamos a la presbicia. Pues bien, las lentes de contacto de prueba hechas en Inglaterra (no me preguntéis por qué) y que tenían que llegar en una semana han tardado dos meses en hacerlo. La razón: el Brexit.
Otro ejemplo. Unos amigos con el hijo estudiando en Londres le enviaron una bolsa después de Reyes con cosas de la tierra para que las pudiera disfrutar a pesar de estar en el extranjero. La bolsa no ha llegado nunca a Londres y después de muchas reclamaciones lo han recibido de nuevo en Barcelona. La razón: el Brexit. Parece que habrían tenido que declarar que se trataba de "productos sin valor comercial".
"Si esto sucede en el ámbito más doméstico y personal, ¿qué debe estar pasando a nivel empresarial?", Me pregunté. La respuesta es muy clara. A finales del mes de marzo el comercio entre el Reino Unido y España se había desplomado un 39%, y no parece que esto vaya a cambiar en los próximos meses, ya que los problemas con los nuevos trámites necesarios y la aparición de nuevas barreras están dificultando el comercio más básico.
La decisión de salir de la Unión Europea se tomó en una votación democrática y sus dirigentes políticos han aplicado este mandato. Nada que decir, pues. Pero lo que habría sido necesario es que aquellos que velan por el "bien común", allí y aquí, con todo el tiempo que han llegado a tener, hubieran evitado el desastre actual. Esto, sin embargo, significaría pedir a los políticos que actuaran con la eficiencia de los empresarios y, por tanto, sería pedir demasiado.
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